Inauguramos temporada estival y observo con estupor una peculiar estructura en la arena de la playa de Barcelona. Tras descartar que no se trata de un conjunto escultórico, confirmo que efectivamente se trata de un tobogán para chavales sacado de la mente del cerebro de un inquisidor medieval.
Deduzco que la idea consiste en fabricar ese tubo en metal para que reciba la máxima cantidad de radiación solar, alcanzar temperatura de cocción y esperar a que los críos se deslicen por su interior como patatas hervidas hasta aterrizar en esa especie de plancha teppanyaki en la que con un poco de habilidad y aceite bronceador evitan quedarse pegados.
Esta atracción fatal está coronada por una cúspide también metálica especialmente pensada para atraer a los rayos de las inevitables tormentas veraniegas.
Todo un despliegue del diseño enfocada al exterminio de la raza humana dominguera.
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