miércoles, 7 de agosto de 2013

El misterioso caso del candado de cuadros

El otro día en el gimnasio me sucedió una cosa bastante curiosa.

Llegué, me puse el bañador para bajar a la piscina, puse mi ropa de calle en la mochila y guardé la mochila en la taquilla. Las taquillas no están asignadas sino que hay que utilizar cualquiera que esté disponible por lo que es conveniente recordar el número que figura en ella o bien tener un candado molón que te ayude a localizar donde están las cosas. Este es mi candado molón:


Mola porque nadie más lo tiene y no necesita una llave que luego tengas que llevar colgando vete tú a saber de dónde si lo que vas a hacer es nadar unos cuantos largos. Lo que me me sucedió el otro día es que el candado me dio problemas a la hora de cerrarlo; no sé qué le pasaba pero me costó horrores hacer que la barra curvada encajara dentro del agujero y permaneciera en esa posición. Tras unos cuantos movimientos especiales (movimientos especiales= forcejeo) logré mi objetivo.

Equipado con mi bañador, mi gorro de natación, mis gafas submarinas, una toalla y un par de chancletas fui a hacer mis cosas en el agua y cuando terminé mis recorridos acuáticos regresé al vestuario de los machotes.

Voy hacia la taquilla, pongo los números del candado de acuerdo a su combinación y... nada. No se abre.

Compruebo que los números están bien puestos. Lo están. Hago un par de movimientos especiales. Nada, que no se abre.

Tras varios infructuosos intentos hago análisis de la situación. Un maldito candado se interpone entre mi y toda mi ropa, la cartera, las llaves de casa y el teléfono móvil. Por lo tanto no puedo irme a casa sin más, solo llevando un bañador y unas chanclas (y unas gafas piscineras y un gorrito de baño). Bueno, podría fingir que soy un hombre bala de un circo ambulante y simular desorientación debido a un fallo durante los ensayos de la función, aunque preferiría evitar esa situación en la medida de lo posible.

Otra opción es bajar a recepción y pedir que revienten el candado con una cizalla. Claro que debería justificar de algún modo que el contenido de la taquilla es mío y no de otra persona.

Espera un momento...

Voy al pasillo contiguo, miro en la hilera de taquillas y veo otro candado igualito al mío. Vamos, que tiene que ser el mío! En efecto, la combinación abre a la primera, me visto como alma que lleva el diablo y me largo del gimnasio.

La casualidad de la vida había querido que en un pasillo adyacente al mío, en una taquilla en la misma posición que la que yo había utilizado hubiera un candado molón de cuadraditos blancos y negros.

Aprovechando que ya sé hacer dibujos en 3D con el Google SketchUp aquí va un gráfico de la escena del crimen, donde el círculo rojo marca la taquilla que estaba manipulando sin resultados positivos y en la que el círculo verde indica donde se hallaban en realidad mis pertenencias.


Afortunadamente mientras estaba peleándome con un candado que no era el mío no apareció el legítimo propietario de la taquilla a la que intentaba acceder y a la que por suerte no se me ocurrió pedir a recepción que la echaran abajo.

Esa sí que hubiera sido una buena historia para explicar!

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