lunes, 1 de agosto de 2011

S018 (parte 1)

Cuatro meses y un día. Ese es el tiempo que ha transcurrido desde que ingresé en el no muy selecto club de los sin trabajo.


Podría haber escrito antes sobre ello, pero la verdad es que estaba esperando a que pasara algo digno de ser contado y que hubiera un filón de situaciones a cada cual más descacharrante. Sin embargo, el lado tenebroso del desempleo es lo que tiene: es un desolado y yermo erial de emociones en el que cualquier atisbo de aventura queda inmediata y radicalmente arrancada de cuajo por la implacable y gris maquinaria del Instituto Nacional de Empleo, la delegación oficial de Mordor en la Comarca.

Aunque debo confesaros que no he sido totalmente fiel a la verdad. Al principio sí que pasó algo. Y esta es la terrible historia de como un inocente mediano conoció al gollum del INEM.

Era un bonito primero de abril, hacía unos pocos días que en la Compañía habían celebrado el ritual de la patada y yo era un agreste indocumentado que necesitaba formalizar mi situación para poder acceder al subsidio de desempleo.

Dado que no había disfrutado de mis vacaciones pendientes, las voces experimentadas me aconsejaban esperar a que pasaran los días que me habían finiquitado. Pero otras voces me susurraban lo contrario: que fuera igualmente ya que en la Oficina me podían activar para la fecha que tocara. El sentido común me aconsejaba que me informara en una fuente fiable. Fue peor: por un lado decía que me debía inscribir antes de 15 días desde la fecha de extinción, el 31 de marzo. Y al mismo tiempo se me indicaba que no me podía dar de alta hasta que transcurrieran los días de las vacaciones no disfrutadas, que en mi caso eran 21.

¿Qué hacer? Si iba antes de tiempo, corría el riesgo de que me dieran con la puerta en las narices. Si iba al cabo de las tres semanas, puede que fuera demasiado tarde. Lo más sensato era escoger la opción menos mala: presentarme lo antes posible y esperar a ver qué.

Mi primer intento fue el 5 de abril. Fui a la Oficina, me planté ante la máquina expendedora de turnos y tras tratar de descifrar sus extrañas opciones, me escupió un número en un pedacito de papel. En la pantalla anunciaron mi número y el número de la mesa a la que ir. Fui hasta la mesa en cuestión, se me hizo entrega de unos impresos y esperar a que mi número volviera a aparecer en la pantalla. "Saldrá dos veces más", me dijo la Moradora de la Oficina a modo de vaticinio.

Agarré el formulario, me fui a una mesa preparada para los que eran como yo, los Suplicantes, y empecé a rellenar los datos que se me pedían. Todo bien hasta que llegué al apartado "número de la Seguridad Social". Ummm. Este no me lo sé. De echo creo que no lo he utilizado en la vida. Es más, creo que utilizar el número PUK del móvil es más frecuente que el número de la SS. ¿Será el que figura en la tarjeta sanitaria? Miro la tarjeta sanitaria. No, este creo que no es. Habrá que recurrir al comodín de la llamada.

Un momento, un momento... número de cuenta bancaria. Ostras, este tampoco me lo sé, ni lo llevo apuntado encima. ¿Seré tonto? ¿Cómo iba a esperar yo a que me ingresaran la prestación? Claro que Ellos lo controlan todo, seguro que saben lo que como, cómo lo como y a qué hora lo expulso. Da igual, es una prueba que debo superar. Ahora sí, comodín de la llamada.

Mi medio melón me proporciona los datos necesarios con una eficiencia sin parangón (sí amigos, ella también lee este blog). Entretanto, por el rabillo del ojo me ha dado la sensación de que en una de las pantallas ha aparecido y desaparecido el número de mi boleto. Da igual, la Moradora de la Oficina ha dicho que habría una segunda oportunidad.

Me siento en la sala de espera y aguardo un buen rato repleto de muchos minutos. Pasa el rato. Pasa mucho rato. Un rato que se me antoja un tanto largo. En el monitor los números aparecen incesantemente y ninguno guarda cercanía con el que yo tengo en mi ya sudado trozo de papel. Creo que la he cagado. Tengo una cita en la otra punta de la ciudad y si espero más creo que me quedaré sentado como un tonto hasta que cierren la Oficina. 
Mejor me marcho pero juro que mañana volveré.



Bueno. Mañana no. Pasado mañana.

[Continuará]

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