miércoles, 13 de enero de 2010

Atenienses y troyanos


Hay un día que se repite implacablemente año tras año, como el Día de la Marmota, y es cuando se caduca el antivirus.

Suerte que el ordenador es un rato cansino para estas cosas porque te lo viene recordando cada santo día desde que se ha quedado sin protección. Y suerte de eso, porque al ser una tarea tan espaciada en el tiempo, a uno se le pasaría tan tranquilamente. Y si no que se lo digan al pobre colchón de muelles, al que supuestamente hay que darle la vuelta como a una tortilla cada no-se-sabe cuánto tiempo (en lo que se refiere a este aspecto, los expertos del CERN no acaban de ponerse de acuerdo). Sólo hay que imaginarse que de repente el colchón empezara a gritar a las cuatro de la madrugada solicitando que lo volteen: ¡el susto de tu vida!

Total: que te podrás olvidar del cumpleaños de tu mujer, de ir a la revisión del dentista, de cambiar el aceite al coche, pero de lo que seguro no te libras es de los recordatorios de tu antivirus agónico.

Y es que, a diferencia de la parienta, con sus mensajes subliminales, sutilidades e indirectas completamente indetectables para el cerebro humano (por ejemplo: “¿ya sabes qué día es mañana?”, o:“¡uy! que viene una ola de frío y yo sin un buen abrigo”) el antivirus va al grano, pide lo que quiere, para cuándo lo quiere y, para que no quepa duda de que lo quiere, amenaza con consecuencias: “su suscripción caduca el día tal; hasta que renueve, su equipo no estará protegido frente a las miles de amenazas de seguridad que surgen cada día”. Está tan claro como cuando a Giacomo Maledetto se le apareció Salvatore Lo Piccolo en la puerta de su taller de conservas y le ofreció protección. Giacomo lo mandó a freír asparagi y dos semanas más tarde su establecimiento fue pasto de las llamas. A continuación recibiría un carta con una cerilla en su interior y una nota que rezaba: “Il lavoro è fatto”.

Perdón por la digresión.

Estábamos en que a uno no le queda más remedio que ir a agenciarse una nueva versión de antivirus, pero ¿cuál?: el Viruscan Plus, el Internet Security, el Total Protection, el Antivirus for Dummies… ¡qué se yo! Esto es como ir a la farmacia y elegir entre multitud de condones de texturas y sabores, pero al revés: ¡es para que no te jodan!

Si tú sólo quieres un producto a lo bactericida, que acabe con virus y gusanos de esos, o mejor: que se cepille los temibles troyanos. Aunque bueno, que yo me cuestiono por qué se llama troyano a un virus invasor. ¿Porque se te cuela en el ordenador metido bajo la apariencia de algo inofensivo? Error. Entonces debería llamarse ateniense, o griego (porque acaba dando por culo, francamente), pues es de justicia admitir que a quien se la metieron doblada es a los troyanos de marras y no al revés.

En fin, que te llevas el pack de oferta “Complete Security Service Protection Plus 2010 Home Platinum Edition for Pornsurfers” en el estante de oportunidades del FNAC y te vas a casa para instalarlo.

La instalación. ¡Ah, qué gran momento! Bueno, lo de momento es un decir. Normalmente el antivirus, que es desconfiado por naturaleza, dice: “un momento que primero hay que ver cómo está el patio por aquí" y te hace una inspección que ni al Palau de la Música. Cuatro horas de repaso se tira el campeón, más que aquél compañero tuyo, el repetidor de octavo. Que si tú querías bajarte unas peliculillas del Megaupload, mejor que no. Y si intentas pegar cuatro tiros en el Call of Duty, te aparece un mensaje del nuevo diciendo que cierres “todas las aplicaciones para que la operación pueda proseguir”.

Así como a la hora de merendar, termina de pasar la lupa por todos las carpetas, subcarpetas y archivos del sistema e inicia la instalación en sí. Antes, que te has pasado todo el rato pendiente de que todo fuera bien, le das al botón de iniciar la instalación y te largas al ver que la barra de progreso marca 1% con un tiempo restante estimado de 35 minutos. Bajas la basura, vacías el lavaplatos, tiendes la ropa y a la media hora regresas para comprobar que la instalación se ha detenido en el 2% porque ha salido una ventana preguntando si deseas registrar on-line el producto. La madre que lo parió. No, lo haré más tarde. ¿Está completamente seguro? Sí y tira palante, leches.

Otra media hora más tarde, el antivirus ha tomado el control absoluto de lo que antes era tu PC. Ha creado accesos directos al escritorio. Ha instalado utilidades complementarias en el menú Inicio y solicita reiniciar el sistema.

Es como si se hubiera hecho con las llaves de casa, traído a unos coleguitas y te dice que sale un rato pero que no volverá tarde.

Pero como cualquier hijo adolescente, tarda en volver. Claro, el ordenador no está para muchas juergas flamencas y le pasa como a mí cuando salgo de fiesta un jueves: le cuesta más arrancar y ejecutar las instrucciones.

Y ahí está el antivirus recién instalado, como Obama, un nuevo guardián contra un Mal que nunca sabremos si proviene de dentro, de fuera, o si es real o imaginario.

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