viernes, 29 de enero de 2010

De repente un extraño

 

Sucedió hace tiempo. Todo ocurrió muy rápido, de madrugada. Tres borrachos y un tenderete de embutidos sin vigilancia. Manos torpes se deslizaron furtivamente por debajo de la lona que cubría el puesto.

A la mañana siguiente, un chorizo colgaba acusadoramente de un gancho de la cocina.

Unos días más tarde, supe que había llegado el momento adecuado. Cogí un cuchillo y lo mutilé. Estaba en su punto, serviría para un buen guiso.

Pasaron las semanas pero el chorizo no menguaba. Más al contrario: como si de una estalactita se tratara, gotas oscuras supuraban de su punta cercenada. En el mármol, con el tiempo, se fue formando un pequeño e incriminatorio charco rojo.

Aún pasando la bayeta, la delatadora mancha correosa reaparecía una y otra vez. Había que dar fin a tal locura. Pero entonces, repentinamente, el goteo por fin cesó.

Largas semanas de cautiverio habían endurecido el cuerpo del delito. Traté de sacar unos taquitos para el aperitivo, pero no había filo que pudiera traspasar su piel.

Ni tan sólo los famosos cuchillos coreanos que se anuncian de madrugada en los programas de teletienda eran capaces de hacer un rasguño en el chorizo. Aquellos que alardeaban de cortar tornillos, tuvieron que reconocer, humillados, que se habían encontrado con la horma de su zapato.

Hoy él todavía está allí, colgado, impertérrito. Esperando no se sabe qué.

Quizás aguardando a que yo pierda la cordura.

Por si acaso, ahora siempre duermo con un cuchillo jamonero debajo de la almohada.

[Dedicado con todo mi afecto a mi señora, a quien le esperan muchas noches de insomnio]

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