Este verano nos hemos estado planteado hacer algo diferente para vacaciones.
Por un lado no nos queríamos gastar mucho dinero; uno de los dos ya está viviendo a costa de la hucha del Estado y el otro pronto empezará a revolver en los contenedores con un alambre acoplado al extremo de un palo de escoba.
Tampoco nos agradaba la idea de depender del avión.
En primer lugar, por los disgustos que últimamente ha estado patrocinando el llamado "volcán islandés" o "volcán islandés de nombre impronunciable". Veamos, profesionales del periodismo, el volcán se llama Eyjafjallajökull, no es el único volcán de la isla y su nombre contiene más vocales que el del defensa del Barça, Dmytro Chygrynskiy. No hagamos un drama de ello, por favor.
El segundo motivo de no querer subir a un avión es que, en contra de nuestra tendencia natural, nos vemos condicionados a escoger el mes de agosto. Un mes en el que los poco valorados controladores aéreos tienen a bien reclamar que les hagan masajes con final feliz al final de cada aterrizaje; una época en la que pilotos y mozos de equipajes se dan cuenta de que no viven una vida plena y acorde con sus expectativas espirituales; un momento en el que los taxistas deciden que no son suficientemente despreciados por la sociedad. En definitiva, el mes ideal para montar una huelga de tomo y lomo y jorobar al personal.
Así que nada de avión. Y nada de quedarse en Barcelona. Y hubiéramos hecho turismo nacional, pero después de ver el anunció del gazpacho Alvalle me invadió el pánico.
Huy! Pues yo este año creo que me voy a Marina D'Or ciudaddevacaciones...anda, animarsus...
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