He aquí una nueva aportación a la sección gastronómica de este blog: el triquini.
El triquini se encasilla a su vez en el epígrafe 'Comida para Perros' dada la evidente simplicidad en su preparación (no hay cocción, apenas se manchan cacharros). Pero en este caso el plato va más allá de las meras cuestiones culinarias; la receta es un excelente ejercicio de optimización de recursos y aprovechamiento de superficies.
Echemos un vistazo al ejemplo:
Las combinaciones y permutaciones no son ilimitadas, aunque sí bastante más extensas que el menú numerado de un restaurante chino.
La filosofía de este (llamémosle) plato reside en cubrir las dos rebanadas con sendas capas de alimento untable. Obviamente se pueden recubrir con el mismo ingrediente pero si no experimentáramos con la comida, nunca se hubiera inventado la nocilla de dos colores, el after-eight, el calimocho, el queso con sobrasada ni el melón con jamón.
El elemento divisorio no es más que una mera excusa para cargar más el conjunto, mejorando (o empeorando) la explosión de sabores en nuestro paladar.
Aplicando la máxima del perrococinador, consistente en manchar el menor número de utensilios, el cuchillo que utilizaremos para untar las dos bases de pan de molde será el mismo para ambos ingredientes. Bastará con que, por lo menos después de untar la primera capa, chupemos el filo, evitando así tener que ensuciar un segundo cuchillo.
Quedará a criterio del chef el volver a chupar los restos que hayan quedado impregnados antes de guardar el utensilio en el cajón, o proceder a un lavado convencional en lavaplatos o fregadero.
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