En esta fecha tan señalada, quisiera rendir homenaje a las zapatillas deportivas que en el día de hoy han pasado a mejor vida. Y qué mejor forma que rescatando el increíble pero veraz relato de lo que aconteció al poco tiempo de haberlas adquirido:
“¿Qué diantre le pasará a éste ahora?”, se preguntaba la dependienta de la ferretería industrial mientras me encaminaba hacia ella. Y no era para menos, puesto que en menos de un mes era la cuarta vez que acudía a su establecimiento con un propósito cada vez más peregrino (véase “El Club de la Ducha”).
En esta ocasión le traía una bombilla porque hacía ruido, a ver si me la cambiaba por otra. Le expliqué que la compré porque la quería de bajo consumo. Aunque me preguntaba si además podía ser de bajo volumen. O sin él, directamente.
-¿La compraste aquí?
-Sí
-¿Tienes el ticket?
-No.
-¿Cuándo hace que la compraste?
-Hace un mes y dos días. Era un sábado por la tarde. Recuerdo que hacía una temperatura agradable.
-¿Guardas la caja?
-No.
Desconozco con qué nota pasé el test preliminar, pero después de sostenerme la mirada un largo rato dijo:
-Vamos a probarla a ver qué tal.
La colocó en un portalámparas destinado a tal efecto y acercó la oreja para escuchar mejor. Mientras iba haciendo un leve gesto de negación con la cabeza, recordé una situación similar, por lo absurdo, que me pasó pocos meses antes.
Me había comprado unas zapatillas. Un sábado, también, aunque no recuerdo el tiempo que hacía. El lunes siguiente, al estrenarlas en la oficina, anduve dando el cante puesto que allá por donde pasara, mis zapas nuevas proferían los típicos chirridos y chasquidos de goma recién estrenada.
Al cabo de un par de semanas empecé a preocuparme de verdad, ya que no sólo mis compañeros advertían mi próxima aparición al doblar un pasillo o al entrar en un despacho sino que las bambas hacían el mismo ruido independientemente de la superficie que pisara.
Lo típico es que suene más en un pavimento cerámico o de mármol. Pero es que yo sonaba cuando andaba sobre parquet o cuando pisaba una alfombra… ¡se me oía hasta cuando iba por la arena!
Además el sonido pasó da ser el típico ñic-ñic del calzado nuevo por una especie de pfff-pfff, que parecía que se me iban cayendo los pedos mientras andaba. Creedme que estuve un par de semanas dándole vueltas a aquello, intentando enfocar la conversación que tendría que mantener con la dependienta de la zapatería. Dicho y hecho, al cabo de un mes, que era exactamente el plazo límite que tenía para devolver la compra, me planté en la zapatería.
-Hola mira, es que hago ruido cuando ando. En realidad es la zapatilla izquierda la que está defectuosa.
-¿Defectuosa cómo?
-Pues eso, que hace ruido al andar. Si quieres te lo demuestro aquí mismo.
-Espera un momento que aviso a la encargada.
“Menudo colgado. Este marrón que se lo coma la jefa que para eso cobra”. Debía pensar la chavala.
-Un momentito que ahora viene, ¿vale?
-Si, sí, no me muevo.
Viene la encargada con cara de malas pulgas, con lo bien que estaba fumándose un piti en la puerta.
-A ver ¿qué problema tienen las zapatillas?
-Pues como le decía a tu compañera, cuando ando hace un ruido así como pff-pfff, pero yo te lo demuestro ahora mismo.
Me pongo a dar vueltas en círculo delante del mostrador pero me doy cuenta de que el volumen de la música de la tienda hace imposible escuchar la serenata de mi zapatilla.
-Yo no oigo nada.
-Vamos a ver, si pudieras bajar la música un poco…
Muy desganadamente baja un poquiiiito el volumen del hilo musical. Entre chun y chun de la canción le digo:
-Si no la… más… no lo… oír.
-¿Perdona?
-Que… bajas… música… vas a… nada.
-Pues no oigo nada, no.
Harto de dar vueltas por la tienda como el conejo de Duracell, le digo:
-Mira, así es imposible. Espera, que me saco la zapatilla y verás cómo apretando aquí en la suela hace el ruido que te digo.
La pongo sobre el mostrador y la empiezo a apretar y a estrujar como si fuera un plástico de burbujas hasta que por fin le arranco el dichoso ruidito. ¡Pff-pff!
-¿Lo has oído ahora?
-Sí, pero no sé si…
-Mira, el ticket dice que los cambios y las devoluciones se tienen que hacer en un plazo de un mes. Hoy es el último día y lo que está claro es que la zapatilla es defectuosa. Con que me des otro par igual me conformo.
-Bueno, bueno, ahora te busco otro par…
Y así hasta hoy. Y no sé si será que el tiempo está loco o qué, pero las bambas vuelven a quejarse otra vez. Lo que pasa es que yo no tengo narices de ir a ver si me las cambian de nuevo. Y no es que ya no conserve el ticket, que lo tengo bien guardadito, es que tienen más zurraspa que las bolas de un escarabajo.
Y ésta es la historia que le he contado a la dependienta de la ferretería mientras pegaba la oreja a la bombilla. Por cierto, acabo de colocar la nueva en la lámpara del comedor y os aseguro que ahora no se escucha nada de nada. Qué gusto…
¡Plic! ¡Plic! ¿es eso el grifo de la bañera?
Plas plas plas plas!!!!
ResponderEliminarEnhorabuena por haber conseguido un cambio no sólo sin ticket, sino tb sin la caja!!!
Ñiii!!!!
La historia es buenísima. Pongo desde ahora este blog en favoritos.
ResponderEliminarJavi
Me hiciste reir desde el tìtulo "Las zapatillas que dicen ñi".
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