Un trágico espectáculo, terrorífico, horrífico y esperpéntico. Por tres décadas, es tal lo que vi en el decrépito y sórdido psiquiátrico de un gélido y áspero páramo patagónico, en las antípodas de la lógica.
Por los lúgubres habitáculos, pletóricos de gérmenes, acumulábanse múltiples especímenes crónicos. Los próximos parágrafos son auténticos, verídicos.
Al crepúsculo, de las lóbregas lámparas de trémula luz, un ejército de efímeras crisálidas precipitábase exánime por un mar de sábanas translúcidas.
Dos esquizofrénicos con síndrome de Diógenes, ávidos de bártulos misérrimos, paupérrimos artículos asiáticos o inútiles adminículos electrónicos, peleábanse frenéticos por dos prótesis ortopédicas.
Lánguidas, raquíticas y esqueléticas, las anoréxicas veíanse andróginas en el ínfimo espéculo de un médico hierático que, con dialéctica y práctica, engañábalas con su cháchara pedagógica.
Un psicópata maquiavélico de hábitos sádicos y carácter mefistofélico arrojábase súbito a la mandíbula de un psicólogo clavándole una cánula en la médula y partiéndole la clavícula. Los traumatólogos detectáronle sin equívoco la trágica pérdida de líquido raquídeo.
Histéricas impúberes bulímicas atragantábanse de víveres, provocándose el vómito y un fantástico hálito fétido.
Un séquito de diabéticos neurasténicos con cólicos nefríticos, sometíanse tácitos a los exámenes radiológicos de un simpático técnico británico con el título de farmacéutico.
Un atlético parapléjico claustrofóbico (mas de índole hermética) de escuálidos cuádriceps aferrábase al alféizar con titánico ímpetu y asomábase rígido por ver la almáciga de caléndulas de un pusilánime botánico cocainómano del sur de la península ibérica.
Patéticos sifilíticos con miríadas de pútridas pústulas en sus pálidos y ridículos testículos esperábanse impertérritos a la patóloga clínica a ver si, al término, el diagnóstico es benévolo.
Un crápula sátiro solazábase en el tálamo con la informática lunática; ninfómana, sin más.
Yo, matemático hemofílico, un licántropo noctámbulo con ínfulas vampíricas. Los tiránicos burócratas con sus dictámenes y sus gráficos ven en mis monótonos cánticos satánicos la súplica implícita.
Sí. Los vi con sus anestésicos de óxido nítrico y yo, impávido en mi cámara mínima, sé que es el fin.
Agónicos vértigos. Paz.
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